MANOS QUE JUEGAN, MENTES QUE LEEN

Cada vez más investigaciones respaldan la idea de que el desarrollo de habilidades motoras no solo impacta en la autonomía y movimiento de los niños, sino que también cumple un rol fundamental en procesos cognitivos complejos como la lectoescritura.

La fuerza muscular, el control corporal y la manipulación, áreas centrales del trabajo psicomotor en la primera infancia, son pilares en la preparación del niño para aprender a leer y escribir. Antes de tomar un lápiz, los niños necesitan tener el control necesario sobre su cuerpo para mantener la postura adecuada, coordinar el movimiento de ojos y manos, y usar sus dedos con precisión.

“Cuando los niños desarrollan fuerza en brazos, manos y tronco, están mejor preparados para sostener el lápiz, mantener una postura atenta y ejecutar movimientos gráficos con mayor control”.

Las actividades que estimulan la coordinación motora gruesa y fina, como trepar, lanzar pelotas, hacer equilibrio, enhebrar cuentas, modelar con plastilina o manipular pinzas, no solo fortalecen músculos, sino que también estimulan la conexión entre cuerpo y mente, facilitando la adquisición de habilidades como el trazo, la orientación espacial y la direccionalidad en la escritura.

Además, el control corporal permite que los niños regulen sus movimientos, mantengan la atención y sigan instrucciones, elementos fundamentales para el aprendizaje escolar.

Por ello, integrar la psicomotricidad de manera sistemática y lúdica en la jornada educativa no es solo una actividad recreativa: es una estrategia pedagógica esencial para acompañar el proceso de alfabetización de manera integral.

El cuerpo es el primer lápiz del niño. A través del movimiento, el juego y la exploración activa, se construyen las bases neurológicas, emocionales y físicas que permitirán un aprendizaje de la lectoescritura más significativo, fluido y placentero.